La conquista de Saturno ocurrió varios siglos después de la llegada del hombre a Júpiter. No hubo mayor diferencia entre las misiones jovianas y las saturninas: salvo por una larga caminata por los anillos, el resto fue prácticamente idéntico. Básicamente, los astronautas descendían al hexágono del polo y recolectaban muestras de gas atmosférico en cantinas metálicas para su análisis en la Tierra. Tras repetir este ejercicio cuatro o cinco veces, la humanidad perdió interés en colonizar aquellos gigantes gaseosos, y nunca más se volvió a poner pie en la superficie de uno de esos astros. Eso sí, la llegada del hombre a Júpiter como la de Saturno ocuparon al menos la primera plana de la prensa, tanto en los periódicos de la Tierra, como en los que se editaban en Marte y en otras colonias espaciales. Sin embargo, las noticias sobre la llegada del hombre a las lunas de Saturno no causaban el mismo impacto. A veces apenas se mencionaban en la última columna de la última página, con reseñas inexactas.
Bueno, con la excepción de la llegada a Titán, que ocurrió varios siglos antes de que se pisara Saturno, el resto de las exploraciones a las doscientas lunas del gigante fueron rutinarias y pasaron desapercibidas. La llegada del primer ser humano a Mimas, por ejemplo, no fue un evento notorio para la humanidad. Llegar a cuerpos rocosos ya era cosa sencilla: bastaba con enviar a dos o tres despistados a "aterrizar" en algún cráter, donde se dedicaban a recoger algunas piedras sueltas, hacían una breve caminata a saltitos y colocaban una bandera si la misión era financiada por un país, o bien el logo de la corporación que costeaba el viaje.
II.
Cibeles Nix miraba con inquietud la pantalla de su astronave, La Cagliomancer. La imagen estaba dominada por la enorme presencia de Saturno y sus anillos. Tuvo que ajustar los controles para enfocarse en su destino: la luna Mimas. Era un objetivo insignificante. Los grandes conglomerados industriales de la Tierra (y algunos de Marte) habían centrado toda su atención en Titán. Después de varios siglos de estudio e intentos de transformación, Titán había inflamado la imaginación de muchos artistas y soñadores que lo veían como un segundo Edén. Pero la realidad era que Titán fue todo menos un lugar hospitalario. Tras varios fracasos, aquella luna quedó relegada a un mero destino de explotación minera. Lo mismo ocurrió con todas las otras lunas y anillos de Saturno.
Cibeles hubiera preferido estar en alguna de las otras misiones, pero aún así, la paga por Mimas era buena. Estaría a cargo de una tripulación compuesta por dos asistentes: el jefe de mecánicos Tadashi, y el geólogo de a bordo Frau Humboldt.
— Alístate, Tadashi, tenemos trabajo. En un par de horas llegaremos a la roca —comentó Cibeles en tono cansino.
— ¿Dos horas? Bueno, creo que puedo hacer una siesta mientras.
— Guarda fuerzas, querida, porque se nos viene trabajo pesado.
— ¡Bah!, lo de siempre. Ya he estado en otras misiones de exploración. Todo está ya calculado y libreteado: descendemos, abrimos la compuerta y dejamos que el robot salga. Nada más hay que ver que las ruedas no estén trabadas para que no haga estorbo. Detrás iremos nosotras con picas, palas y martillos para recoger algunas muestras, mientras "deditos parados" hace la parte fácil. Se mantendrá calentita aquí en la nave, manejando el robot a control remoto, y será quien se lleve el crédito del día.
— No me quejo — replicó Cibeles. — Cumplo con traer gente y equipo a estos lugares. La paga es buena, la pasajera puede hacer lo que desee con su robotito. Eso sí, quiero ser la primera en tocar el suelo de esa luna. Se me ha prometido que el punto de descenso llevará mi nombre y será allí donde se construirá la primera instalación humana.
— Vano consuelo. Será, pues, un nombre más entre millares de otros en los mapas estelares.
— No me importa, estás celosa. Yo tendré una Planicie Cibeles para toda la eternidad, y mis nietos lo recordarán.
— Que algo en el espacio tenga o no tenga mi nombre me es indiferente. Quiero terminar esto lo más pronto posible y regresar a casa (entendiendo por "casa" un módulo minero en Titán) para tener una cena decente.
— Está bien, date una siesta. Hoy estás de un pesimismo muy alto y te necesito con buena actitud.
III.
Parada en Mimas, Zaida podía ver la silueta de La Cagliomancer aproximándose. Desde hacía unas décadas ya venía registrando bastante movimiento en la vecindad. A veces se acercaban sondas y otras naves, nadie bajaba. Pero esta vez era diferente. Su intuición le indicaba que iban a descender. Esperaría con paciencia a sus visitantes mientras alistaba su punzón de picahielos.
La nave descendió en el cráter Hershell, una horrenda cicatriz de aquella luna causada por un encuentro con algún cometa sin nombre millones de años atrás. Allí los estaba esperando. Era fácil adivinar dónde aterrizarían.
Zaida vio cómo una compuerta de la nave se abría y, de allí, salía una especie de vehículo similar a un tractor. El vehículo tenía varios brazos mecánicos y comenzó a oradar el suelo. Al mismo tiempo, sacaba radares, sensores, ventiladores, antenas, paneles solares, láseres, espectrómetros, sismógrafos y un sinfín de gadgets de última tecnología.
Detrás de ese horror tecnológico iban escoltándolo un par de astronautas del siglo XXX. Es decir, no llevaban pesados trajes espaciales, sino que se veían resplandecientes, con un aura brillante: una gruesa atmósfera de nanites las rodeaba a fin de protegerlas de la radiación y proporcionarles aire respirable, además de adecuar la gravedad. Era como llevar un miniambiente terrícola de área personal. De hecho, iban vestidas de manera informal: Cibeles llevaba sandalias y un traje muy similar al usado en verano, mientras que Tadashi, la mecánica, llevaba un bello mono de mezclilla azul.
Zaida se aproximó a ellas. Sabía que no podían verla, ni detectarla. Siendo un espectro fantasmal, era invisible no solo a los ojos humanos, sino a cualquier instrumento.
Cuando estuvo cerca de Cibeles, alzó su punzón y le dio una fuerte puñalada en la espalda, pero Cibeles no sintió nada. Ella siguió buscando rocas, cumpliendo los objetivos de su misión. Como todas las cosas fantasmales, la mano de Zaida simplemente pasó de largo, atravesando el cuerpo. Hubiera parecido un ataque fallido e inofensivo, pero Zaida sonrió al ver la punta del punzón: había una especie de gusano enredado allí. Zaida sabía que era el alma de un ser fetal.
Muchos creen que el alma humana es parte de un individuo o una especie de ente espiritual que comparte identidad con un cuerpo físico mientras este está vivo. Pero no es así. No todos los seres humanos tienen un alma, y aquellos que la tienen no son ni remotamente parte de esa alma, ni comparten conciencia o destino alguno.
Las almas son seres espirituales que se pegan a algunas personas antes del nacimiento y viven allí parasitariamente. Zaida había detectado la larva espiritual en Cibeles, que estaba embarazada. Le fue fácil removerla con su punzón, ya que el enlace alma-cuerpo en un feto no es tan fuerte como el enlace de un adulto. Después de los siete años, se vuelve prácticamente imposible remover el parásito.
Zaida estaba absorta viendo cómo la larva intentaba patéticamente zafarse de su prisión. La miró por largos minutos. Luego, cuando se aburrió, enterró el punzón en el suelo de Mimas, pronunció unas maldiciones en un lenguaje antiguo, miró a Cibeles y vio el hueco astral que había dejado el parásito en el cuerpo del hijo que ella portaba. Sin dudarlo, se metió allí.
Cibeles, instintivamente, se tocó el vientre y sonrió. Sintió los movimientos de su hijita creciendo. Cuando volviera a la Tierra, la llamaría Alma.